(03/52) Ganas de gritar

Édgar MT
6 min readFeb 28, 2021

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Llevaba días planeándolo, compró cartuchos para su cámara instantánea, pensó y repasó repetidas veces qué ropa usaría ese día. Seguro hará calor y será un día soleado, pensaba. Dudaba si usar gorra o un sombrero de cubo justo como el que había visto, en publicidad de instagram, a un modelo que lo lucía envidiablemente. Faltaban dos días para el fin de semana y les pedía a sus dos amigas por notas de voz que por nada del mundo cancelaran y que, por favor por favor , no se les ocurriera llevar a sus respectivos novios para no atentar contra su diversión.

Tengo ya casi un año trabajando en este parque, en abril lo cumpliría. Los martes es cuando descanso, pero todos los demás días me dedico a operar el juego. Para nada es el trabajo de mis sueños pero me divierto mucho. Y aunque algunas veces no me libro del aburrimiento, ya sé cómo entretenerlo con mi juego de observación y memoria cada vez que aparece: todas las personas que suben a los vagoncitos del tren, lo hacen con una cara de emoción nerviosa, otras más, suben con la cara más nerviosa que de emoción.

Llegó el sábado y Camilo se despertó muy temprano. Fue su idea reunirse desde la mañana para aprovechar las horas del día y aunque estaba emocionado por ver a sus amigas, lo ponía de malas asomarse por la ventana y descubrir que justo ese sábado estaba nublado y frío. Pensó mucho en cambiar su ropa en el último instante pero prefirió mejor aferrarse a la posibilidad de que saliera el sol en algún momento del día. Salió en shorts de mezclilla, playera y tenis blancos, lentes oscuros, sombrero de cubo y una chamarra fosforescente que poco lo protegía del frío.

Trato de recordar la cara más feliz y risueña, dispuesta a sentir la velocidad y perder la noción de pisar firme, y entonces, cuando pasa por el tercer bucle, es decir, por la tercera vuelta completa del tren, hago que mis ojos relámpago tomen una foto a gran velocidad para captar la cara que ahora es de una incómoda conciencia de haber tomado una muy mala decisión. Exponer sus cuerpos a la gravedad. Y resulta muy chistoso comparar las dos fotos en mi cabeza: foto inicio de cara feliz, foto final de cara aterrorizada. Qué gestos tan particulares hacemos cuando estamos asustados.

Se vieron en la entrada, fue el primero en llegar. Para su fortuna, Carla y Fernanda llegaron solo diez minutos después. Carla con café en la mano izquierda y Fernanda con novio en la derecha. Ninguna de las dos estaba dispuesta a subirse con Camilo a ese juego, según le decían. Trató de convencerlas al explicarles que era una buena oportunidad para gritar y que gritar te quita peso de los pensamientos y que él en estos momentos necesitaba de su compañía para desahogarse, llevar su estrés al límite y luego bajar tranquilos, respirando agitados pero ligeros.

Hago cerca de dos horas de mi casa al trabajo, tomo una motito y dos camiones para llegar hasta allá . Las rutas que suelo usar van tan rápido que ya perdí todo interés en subirme a estos juegos. Ya vivo mucha adrenalina en el transporte público: demasiados kilómetros por hora y además una casa del terror en cada posibilidad de asalto por todos los que suben, muy conscientes y sobre todo considerados, al aclararnos que prefieren pedir dinero honradamente a quitarnos el celular o arrancarnos la cadenita.

Tuvo que insistir, en la fila de los boletos de cada juego al que planeaban subirse, en el espejo donde Carla y Fernanda se retocaban el labial mientras se tomaban varias fotos con su cámara instantánea Fuji, también insistió mientras cuestionaban a Fernanda por traer a su novio, incluso segundos después de haber bajado de las sillas voladoras. Finalmente aceptaron cuando Camilo se quejó de sus papás, quienes siempre han criticado su ropa, sobre todo hoy, cuando decidió ponerse la chamarra que no les gusta que use y encontrar libertad en su rebeldía de diecinueve años.

Mi nombre es José Luis Ramirez Calvillo. Operador de Montaña Infinitum. Veinticuatro años. Ese día estaba nublado, poblado de nubes oscuras y corrientes de viento helado, me llevé un suéter y una chamarra porque no me gusta pasar fríos camino al trabajo.

Hacían fila esperando su turno de subir a la gran atracción, aunque la impaciencia de Camilo ya lo tenía arriba, desde su mente, recorriendo la montaña rusa que da tres giros completos, luego de tomar vuelo desde una bajada en picada, varias curvas sobre vías en tramos giradas en su eje. Hasta que llegan a taquilla y Camilo pide los boletos temblando, no sabe si de miedo, de frío o de gritos que no aguantan por escapar.

Yo lo vi desde que hacía fila. Normalmente estoy en la cabina de operaciones pero hace tres días que dos de los trabajadores de esta atracción renunciaron. O mejor dicho, dejaron de venir a trabajar sin aviso. Así que suelo salir al andén y ayudo al único trabajador que resta y que se estresa al momento de revisar que todos tengan los cinturones puestos. Y lo entiendo, uno tiene que andar corriendo, pero eso me gusta porque me desamodorra.

Camilo sube con Carla en el último vagón y Fernanda con su novio en el penúltimo. Mientras el trabajador del parque le acomoda el cinturón, Camilo tiembla y ahora sabe que es de frío, el trabajador le ofrece el suéter que tiene amarrado en su cintura el cual tiene unas letras gigantes de Aeropostal y Camilo acepta apenado cuando le insiste y le dice risueño que disfrutará más del juego sin tanto frío, así que ignora lo feo que le resulta el suéter y pone mucha atención cuando nota que el trabajador no solo es amable, sino también guapo y entonces se lo pone.

Estaba temblando, se le notaba que estaba aguantándose, traía una chamarra muy delgadita color verde, así que le ofrecí el suéter que tenía amarrado a la cintura. Con tanta corredera, yo no necesitaba tener encima dos abrigos. Se me quedó viendo sorprendido y tardó en animarse, hasta que una de sus amigas lo aventó con el codo y los tres sonreímos. Ahí guardé la primera foto de su rostro. El suéter le quedaba bien.

Camilo grita apenas comienza el juego, de emoción calientita, Carla grita también y Fernanda al final pero sin muchas ganas, Camilo sabe que es por el novio no invitado. Y le urge hacerle ver el desperdicio de no gritar el desahogo en esta oportunidad. El tren sube lentamente para llegar a su punto más alto en donde se soltará a toda velocidad e inaugurará más alaridos de adrenalina. El tren desciende y sube de nuevo para tomar la primera vuelta completa. Camilo grita, Carla grita, Fernanda no, pero el novio sí, grita y grita fuerte.

Revisé que los cinturones estuvieran bien amarrados porque desde hace meses he estado reportando en las revisiones diarias, que necesitan ser reemplazados o por lo menos darles mantenimiento. Funcionan, pero ya se enchinan de los bordes y se ven más delgados de la hebilla. Y no es lo único que falla.

Camilo sierra los ojos, no grita más, gritó lo suficiente. Piensa en sus papás y sonríe. Escucha el ruido de las llantas en los rieles, los gritos aceitan mis engranajes, piensa. Escucha el ruido de cadenas que lo aturde, escucha el grito de Carla, del novio y ahora sí el de Fernanda. El ruido de los rieles se detiene, pero el grito de Fernanda y su novio continúan. Gritan Camilo, gritan Carla. Se escuchan metales que golpean, casi como una explosión que todo el mundo podría escuchar. Camilo, en cambio, ya no escucha nada.

Siempre es uno como operador el que resulta inmediatamente señalado en estos asuntos. Pero yo sé que hice bien mi trabajo. Todos los días anotaba en la lista de verificación todo lo sospechoso y lo que sin duda, necesitaba pronta atención: Elementos de sujeción, el truck, o trop, o troph; ni como saberlo porque el libro de registro de revisiones y a la vez manual, no era el original, sino unas fotocopias mal hechas que dejaban mucho a la imaginación. Como sea que se llame, esa pieza es un soporte metálico que tiene como función mantener el vagón circulando por las vías, solo tenía dos de los tres tornillos. Rieles dañados, las llantas laterales y anti elevación tenían piezas de máquinas ajenas. Solía tener la seguridad pero ahora solo supongo que los ingenieros atienden y actúan a partir de esas notas. No me aguanté y grité, el último vagón voló varios metros y chocó en la estructura. Cómo no voy a gritar. Salí corriendo de la cabina, pero apenas vi mi suéter manchado con sangre me regresé corriendo. No tomé foto final de su rostro. No sé si el cielo se nubló más pero recuerdo que se sentía demasiado frío.

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